Desde mi ventana del comedor en plena montaña, por las mañanas es una delicia ver el trasiego que traen un grupo de ardillas, sus colores relucen con los primeros rayos del sol de forma espectacular, suben y bajan por los pinos con una rapidez digna de cualquier deportista de élite, saltan de unas ramas a otras con la misma seguridad que nosotros hacemos cuando caminamos. Muy pocas veces tocan el suelo y vuelven a su entorno que son la parte alta de los árboles.
Llevaba un tiempo sin ver a la más grande de ellas, hasta que un día vi en un periódico su foto, me quedé alucinando, estaba colocada sobre un cajón que en su parte inferior contenía bastantes nueces y pensé ¿Cómo ha podido hacer esa cosecha si aquí solo hay pinos? Fui leyendo el artículo que acompañaba la foto y me di cuenta del error que estaba cometiendo la pobre ardillita. Ella estaba muy orgullosa custodiando su preciado tesoro cargado de nueces y el hombre que las había colocado allí estaba igualmente orgulloso por estar a punto de capturar aquel ejemplar para su colección de animales disecados.